jueves, 25 de agosto de 2011

El Monterrey que yo conocí


 Este julio que pasó, se cumplieron tres años de la primera vez que yo toqué suelo neoleonés. Llegué ahí con la firme intención de ser aceptado en una de las mejores escuelas de economía del país y, por supuesto, de vivir en esa ciudad durante los próximos dos o tres años (al menos).

El taxi (carísimo) me llevó por una gran avenida llamada Miguel Alemán y la primera impresión que tuve fue la de las decenas de parques industriales que yacen en apodaca, algunos ocupados, algunos en espera del próximo emprendedor. Seguí en el taxi, eran casi las 2 de la mañana cuando llegué a la "sultana del norte" y mi parada era la avenida Madero en donde se encontraba un hostal en el que habría de vivir el siguiente mes y medio.

Diariamente tenía que caminar hasta avenida Pino Suárez y su gran e imponente arco, monumento a la revolución (creo) que tanto me impresionaba. Tomaba la ruta "17 Pío X" que me llevaba hasta la puerta de la facultad en la "Loma Larga". Diario, también, regresaba en ese mismo camión casi a las 10 de la noche hasta el gran letrero de "CARTA BLANCA" para caminar las mismas cuadras y regresar al hostal.

Cuando fue un hecho que viviría en Monterrey, comencé a vivir en la colonia "contry", apenas a un lado del Starbucks de revolución, justo en la casa que está junto al Oxxo. Los primeros seis meses tomaba un viejo camión que me llevaba hasta la "alameda" donde tomaba de nuevo el "17 Pío X" hasta la facultad. Y así regresaba siempre en la noche. Me encantaba caminar por el camellón de Alfonso Reyes desde Revolución hasta Garza Sada para ir a Soriana Contry, el primer soriana decente que había conocido en mi vida. En invierno, amaba pararme afuera del soriana y ver a lo lejos el cerro de la campana y más allá la sierra madre siento románticamente tocada por la bruma. Me enternecía ver la niebla ocultando la silla del cerro que me quedaba apenas enfrente de donde vivía.

Después tuve coche y cambiaron mi facultad a Mederos. Manejaba por revolución hasta que ésta se fundía con Garza Sada y entonces iba hasta Lázaro Cárdenas, justo ahí, poco después de su estatua, para retornar e ir a estudiar mi maestría.

Fui en no pocas ocasiones al barrio antiguo a bares y "antros" tanto de mala, malísima muerte, como a algunos más o menos decentes. Fui a San Pedro y me sentí fuera de un país con una realidad muy diferente a la de ese municipio. Conocí Guadalupe y me gustaron sus colonias a la falda del cerro de la silla. Después frecuenté San Nicolás y me sentí, en no pocas ocasiones, en casa. Apodaca, me daba miedo.

La gente en Monterrey es muy diferente a la gente Tapatía o del Distrito Federal. Le gusta la competencia, odia perder, habla fuerte, claro y golpeado. No se guarda nada, en Guadalajara serían imprudentes y, como dice doña chelo, "claridosos". Pero son buenos. Gente que lucha y trabaja, quizá motivados por el dinero más que por cualquier otra cosa, pero al final productivos y competitivos. Gente que no merece lo que está pasando.

Dos años y medio después, todo cambió. Jamás volví a barrio antiguo, jamás volví a caminar por Santa Lucía. Volví a MARCO en un día soleado y caluroso, pero jamás volví a recorrer la macroplaza en la noche. Regresar de San Nicolás hasta mi casa en las faldas del cerro de la silla se convirtió en una tortura psicológica. En tres ocasiones los militares me desviaron porque había bloqueos  justo en los archos de Pino Suárez que nuevamente me impresionaban, por razones ahora muy diferentes. Ir en tu coche y ver una camioneta a un lado tuyo era, literalmente, una ruleta rusa.

El paisaje, cambió. La vida nocturna desapareció. No pasó un sólo día sin que viera convoys militares y noticias francamente de zona de guerra. Mataron estudiantes, comenzaron a aparecer colgados, destazados, muertos. Y después de un año de sentirme acogido por una ciudad, el siguiente año y medio fue de miedo, incertidumbre y duda.

Sólo quería huir de Monterrey. Fue tan grande mi miedo, que no me importó dejar amigos, novia, rutina y oportunidades con tal de salir de ahí.

Quiero, y he intentado comprender todo esto. He buscado ponerme en los zapatos de Felipe Calderón pero definitivamente no quiero imaginar lo que es vivir atrapado en un capricho que se salió de control, un partido político que no le permitiría asumir costos políticos y una conciencia que cargará con decenas de miles de muertos. Algunos (los menos diría él) completamente inocentes.

Lo que pasó hoy en el Casino Royal debe ser uno de los más grandes fracasos de su política pública en seguridad. Debe ser la noche más larga del señor presidente, de su gabinete y de todos los que no hemos hecho nada para detener esto (y quizá contribuido al problema).

Todo México debe estar de luto. Oficialmente hemos perdido el país.