
Hace unos días venía manejando. Estaba lloviendo impresionante, y mi carro, no tan impresionante, se quedó parado. Las manera en que pasó, la terrible carambola que milagrosamente libré y cómo me salvé de toda esa situación no son el tema en cuestión, sino el justo momento en que todo esto sucedió.
Yo venía extrañamente feliz. Por alguna razón, la exasperante lentitud con la que los regios manejan cuando llueve, el sonido de los truenos y los rayos iluminando el cielo me hicieron momentáneamente feliz. Debemos recordar que el término feliz puede ser, para muchos, relativo, pero yo sí creo en los momentos genuinamente felices. Evidentemente, mi momento de genuina felicidad se vio interrumpido por lo sucedido con mi coche. Pero justo en ese instante, en el que estaba entre feliz y triste, sentí algo de lo que muchas veces he escuchado y no creía por no haberlo experimentado.
Milan Kundera dice al final de La insoportable levedad del ser que se trata de un momento donde “la tristeza es la forma y la felicidad el contenido”, y algo parecido se menciona en el documental de Alexander Payne al final de Paris, je t’aime. Claro que aquellos momentos de luminosidad cuasi-celestial que prácticamente denotan un “parte-aguas” en la vida de estos personajes, ya sea de la literatura o del cine, no tienen nada que ver con mi triste accidente donde los factores involucrados son un carro al cual nunca se le ha dado mantenimiento y el clima loco de la ciudad de Monterrey; pero juro que, por un momento, sentí esa extraña mezcla de tristeza y felicidad.
Esto, ya después de llegar a mi casa, mojada, cansada y con un poco de estrés post-traumático (sí, soy bien exagerada), me hizo reflexionar acerca de un tema que toca precisamente Kundera en ese libro: la ambivalencia del ser humano. Y así llegó la hora de re-direccionar lo que tenía escrito hasta el momento, y pido disculpas si sólo resultó en un montón de divagaciones sin dirección… y aquí van.
Tristeza y felicidad, amor y desamor, maldad y bondad, traición y fidelidad, vida y muerte, fuerza y debilidad, peso y levedad. Al parecer la vida humana oscila entre un extremo y otro, pues por más matices de gris que haya en medio y por más que haya quien argumente que las cosas no son o negras o blancas, es un hecho que las únicas grandes verdades (vs. Mentiras) absolutas en la vida, son aquellos extremos en función de los cuales la humanidad sucede.
Parece que aquella famosa frase del soliloquio Hamlet que se remonta a las primeras reflexiones filosóficas de Parménides no es para nada algo abstracto. La gran disyuntiva entre el ser y no ser, entre lo que”es y no es” y lo que “es o no es”, es algo sumamente tangible dentro de la narrativa posmoderna (sí, la usé y aplica un chorro). Por ejemplo, hay quien piensa que la vida es o no es vida a los tres meses de la gestación; pero hay quien asegura que esa vida es vida aunque aún no sea vida: es y no es. De seguro, para Bush la guerra es y no es guerra, pero para toda la gente que ha sufrido por ella, o es, o no es. Un homosexual es y no es, o es, o no es. Dos novios se enojan: para el hombre, la infidelidad que ella cometió es o no es, pero para ella, es y no es. Por más raro que suene, todos vivimos esta ambivalencia día con día.
Y aterrizando aún más la gran dualidad del ser humano, se puede hablar, como lo hace Kundera, del cuerpo y el alma. Lo cuerpo más cuerpo que es en lo escatológico, y lo alma más alma que podemos ser cuando extrañamos, y lo más humanos que somos cuando el alma toca al cuerpo, y lloramos. Eso le sucedió a Teresa y a la señora solitaria (con el peor acento francés que jamás he escuchado) de la ya mencionada película francesa. Esa fabulosa y mística unión del cuerpo y el alma, que se da sólo a momentos, es lo que hace que un instante determinado llegue a tener un carácter divino (¿Humano vs. Divino?).
Pero ya hablar del alma o de divinidad es algo muy fuerte. Considero que es muy difícil definir ciertos conceptos, o tomar una postura ante ellos. Yo siempre he sido medio tibia al respecto. Por eso admiro a los creyentes, a los apasionados, a los seguidores de alguna ideología política, que defienden una postura firmemente y en verdad creen en ella. Yo soy más bien nihilista; más bien agnóstica. Supongo que voy más de la mano con la ideología de este gran filósofo y escritor que asegura que “[…] el boceto que es nuestra vida es un boceto para nada, un borrador sin cuadro” (Kundera 14).
Entonces, ¿para qué tanta angustia existencial? A fin de cuentas, la felicidad y la tristeza a momentos son la misma cosa. Y en ese caso, ¿por qué y para qué perseguir el joie de vivre? ¿Qué tanta trascendencia puede tener que mi coche se quede parado? Si acaso afecta mi vida, es por demás un acto humano aislado, del cual no sirve de nada que le aprenda algo, si la vida en conjunto es una serie de aprendizajes para nada. ¿Qué se debe hacer, entonces? ¿Luchar contra ese sentimiento? ¿Fingir que me importa y que de algo sirve, y salir a la calle con pancartas a defender a un líder político o apoyar tal o cual ley? ¿Cuál es la alternativa? ¿Ceder? ¿Creer? ¿Dormir?... Quizás, soñar.
Kundera, Milan “La insoportable levedad del ser”. México: Maxi enTusquets, 2008.
Desde que tengo uso de razón, y eso para mí comienza alrededor de los 16 años, siempre me he definido como una persona "felizmente triste" por lo que tu ensayo, tesis, teoría o lo que sea que este escrito ahí arriba me ha parecido fabuloso. Yo también creo en los momento genuinamente felices; pero la relatividad que yo le encuentro a la felicidad poco tiene que ver con su validez, sino con su temporalidad ya que como dices "me hicieron momentánemente feliz", es porque toda felicidad es momentánea, nada más.
ResponderEliminarA como tú eres, se le llama EMO.
ResponderEliminarPero estoy de acuerdo con la temporalidad de la felicidad. Y por eso creo que más que un sentimiento del cuerpo, la felicidad es un estado del alma (o de lo que sea que nos referimos cuando decimos esa palabra).
Estoy verdaderamente impresionado, apreciable Lu, de lo que tu inteligencia pudo generar con tan sólo un apagón de tu coche.
ResponderEliminarQuién sabe a qué razonamientos tan finos llegues cuando se te acaba el rimel o se va la luz...
Seguro escribes bastante "narrativa posmoderna".
Increíblemente tú consideras que la felicidad y la tristeza son "la misma cosa", te auto proclamas nihilista, sin embargo te conmueven la lluvia y los truenos y le pones a Santiago la etiqueta de Emo.
Nihilismo, emo, dualidad y un francés pretencioso... tan poco en tanto texto provoca náuseas.