“Comunícame con... tigo”
Guillermo Rafael Villaseñor López
Después de un ajetreado día de sinsabores, presiones y disgusto en el trabajo, la tendencia natural de cualquier hombre es eliminar el estrés acumulado sobre su espalda apenas al llegar a casa. El descanso, la distracción ociosa controlada, y sobre todo, el silencio, el bendito silencio, son sus mejores aliados en la ardua tarea de refrescar su mente y su alma desgastadas. No quiere que le molesten ni contar cómo le fue; no le interesa improvisar insultos a la vida ni quejarse de nada ni de nadie, sólo pide un poco de silencio que le ayude a transpirar la negatividad contenida dentro de sí. “El mejor amigo es el silencio, el único que no importuna ni traiciona”, decía Confucio, seguramente agotado de tanto filosofar. “La palabra es plata; el silencio es oro”, era otra de las frases en las que contenía la sabiduría de convivir con el silencio para renovarse, pero hoy, mil quinientos años después, me atrevo a rectificar el concepto de silencio promovido por Confucio en aquél entonces: el silencio no es un amigo, porque los amigos pueden reunirse en grupos, mientras que aquél es un celoso ente abstracto capaz de echar a perder la convivencia entre varias personas. El hombre y el silencio conviven, pues, a solas, sin ninguna intervención ajena; pero esto tampoco convierte al silencio en una especie de cónyuge para el hombre, ya que sigue existiendo la imposibilidad de la intromisión de cualquier otra persona en dicha relación. ¿Qué es, entonces, metafóricamente hablando, el silencio para el hombre? Es una amante en toda regla: los encuentros con su hombre son cómodos cuando son concertados y a solas, todo lo contrario si se presenta en medio de una conversación, con el pseudónimo de silencio incómodo. Y, por supuesto, tiene la facultad de echar a perder matrimonios, cuando el hombre comienza a convivir cada vez menos con su esposa para estar con el silencio. Este problema se conoce como falta de comunicación en pareja, y puede tener como consecuencias desde un matrimonio infeliz hasta un homicidio.
Paradójicamente, entrometer al silencio en la relación no es un acto totalmente egoísta por parte del hombre, sino un asunto sin ida ni vuelta: no está dispuesto a escuchar, pero tampoco pretende ser escuchado, y su evolución es casi siempre gradual: al principio se omiten algunos detalles en la comunicación y se justifican con excusas – como ya establecimos – tales como el cansancio y la falta de tiempo para convivir, por lo que cada vez son más las palabras reprimidas dentro de ambos. Desde un punto de vista frío, esto podría no ser un problema demasiado grave, pero es necesario tomar en cuenta que un punto clave en cualquier relación es la comprensión, a la cual se llega por medio del diálogo; no hay atajos ni caminos intermedios. Incluso las conversaciones más nimias contribuyen a estrechar los lazos entre la pareja y a mantener el interés del uno por el otro y, así, promover la tendencia a ser felices. Pero no sólo eso: la comunicación también sirve para establecer la confianza que se tienen el uno por el otro, y de esta forma, sentirse seguros: el análisis psicológico de maridos agresores es contundente, y establece que las agresiones físicas y verbales tienen como fuente frecuente, si no es que segura, la falta de comunicación. Así mismo, los hombres que sospechan infidelidad en sus parejas son expertos en la disciplina de conjeturar y sospechar sin pronunciar demasiadas palabras.
Mujeres: no lleguen al punto de recurrir al llanto, al divorcio, a las restricciones penales y a los chalecos antibalas para alejarse o protegerse de sus maridos; basta con una dosis de comunicación todos los días para mantener el bienestar en su matrimonio... así como suprimir, en la medida de lo posible, a los amantes; entre ellos, el ya no tan bendito silencio.
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